“I tot això, ho dic per tu Escanelles!”
Ens deia aquell bon home de Tomeu Quetgles, al cel sia, agafant, com a cap de turc, al més bon-al·lot del curs. Una vegada sord–i com el cego del “Lazarillo”- havia tornat mal pensat, però li faltava la mala llet i per tant, no endevinava mai.
Tot això ve, perquè aquesta “filípica” que vos envio sobre l'Església es refereix principalment a l'estructura jeràrquica de la institució que l’ha feta històricament una part important del gran poder opressor dels pobres de la terra.
Com a part integrant d’aquesta bístia apocalíptica que decideix sobre el bé i el mal –sobretot el mal- de tanta gent –què voleu que vos digui!- no hi veig res de celestial i molt menys de diví.
No pens el mateix sobre la immensa multitud de base que, de diferents formes i maneres, credos i militàncies, procura fer honradament el bé segons el seu saber i enteniment.
Jo mateix em sento part d’aquest formiguer. I aquí –si Déu existeix- estic segur que hi és. Paco Suárez"
Madonna, entre otros muchos, se muere de envidia y no llega a entender el enigmático poder de convocatoria de ese estrafalario concierto sin apenas megavatios, sin provocación alguna, con el único espectáculo de una miserable fumata de paja. Es difícil entender cómo ese asexuado sanedrín de ancianos, arrastrando los pies y entonando una balbuceante salmodia, ha sido capaz de acumular tanto poder y tanta riqueza con una inversión tan elemental y rácana, como es el agua bendita y la cera virgen. Solamente la banca internacional ha sido capaz de descubrir el secreto de su misteriosa suerte y le ha copiado el método, el escenario catedralicio y la liturgia.
Se trata de vender la alquimia financiera de la esperanza en un virtual más allá a una pobre gente hambrienta de preferencias. I crear las condiciones, pues, el rentable negocio del humo exige largo peregrinaje por un injusto valle de lágrimas, en busca de un impresionante botafumeiro.
Pero cuidado, esta vez hay serios indicios de que, en esta trama de Agatha Cristie con mayordomo incluido, se masca una personal tragedia.
Volvamos al principio. Es un hecho totalmente insólito que el lobo alfa se retire, cediendo el mando de la manada, por propia iniciativa. Benedicto, antes de morir, quiere renunciar y regresar al seno materno de una placenta, esta vez romana, para volver a nacer y encontrar el Ratzinger que hubiera podido ser, aborreciendo también al “rottweiler de Dios” que un día fue. No teme a la muerte, pero probablemente tiembla ante el juicio del Dios en el que cree, pues empieza a pensar que “Se equivocó la paloma. Se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur”…
Se le resquebraja la fe.
Quizás quiera corregir su extraña versión de un Belén sin mula y ampliar la duda. Sin Belén, no hay casa de David y entonces bien pudiera ser que el nacido en Nazaret, el cordero, fuera un pobre filisteo -un palestino- masacrado por el imperio y el sionismo de Jerusalén. Entonces, la parábola del buen samaritano –al final de la vida- se torna insoportable por amenazante.
Le remuerde la conciencia.
Ayudó a Wojtyla (en aquel aeropuerto no hubo un papa) a humillar ante el mundo entero a Ernesto Cardenal y con él, a toda una teología de opción por los oprimidos, hasta acabar con ella, entregando el rebaño al trasquile de los gañanes de Pensacola. Se avergonzó de la sangre derramada de Oscar Romero y del ingente sufrimiento de tantos otros. Ahora, algo tarde, escucha en el canto del gallo un posible amanecer donde hubo tres veces ocaso.
Se le cae la cara de vergüenza.
La arboleda del jardín de la casta Susana perdió su cobertura y la luz sorprendió a los viejos pederastas. No eran ángeles caminando sobre las aguas, eran cerdos retozando en el estiércol. Ahora, siempre tarde, lamenta haber soplado sobre las lámparas vigilantes, para ocultar la justicia en una larga noche entre tiniebla.
Teme la maldición de la higuera.
Por las treinta monedas de plata en manos de la mafia. Por el sacrílego tráfico de la sagrada piedra de la fe como si fuese un vulgar diamante.
Ha visto el desgarro del velo de la Iglesia y ha contemplado la verdadera imagen de una Babilón, grandísima ramera.
Benedicto XVI antes de morir, quisiera volver a nacer.
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